No se puede vivir con esa zozobra a diario, eso no es vivir.
Tenía 8 años cuando escuché la noticia sobre esta tragedia ocurrida en las alturas de Ayacucho donde diariamente morían campesinos y policías asesinados por sendero luminoso.
No sé porque, sentí una profunda congoja en mi corazón de niña. No era sólo por las miles de personas que morían, no esto era diferente; era como algo propio, como algo interno, como algo que estaba siendo tocado tan dentro de mí.
Lo experimenté muchos años después, cuando en una pared del Colegio de Periodistas de Ica, vi un cuadro que tenía la foto de los 8 amigos y futuros colegas. Yo estudiaba entonces Ciencias de la Comunicación en la UNICA. Me aventuré a buscar toda la historia, quería saber todo de ellos. Crecía mi interés en conocer la verdad, porque quizás un día me tocaría vivir esa misma historia.
Años más tarde, cuando ya ejercía el periodismo, esa pasión que se instala en ti y no te dejará solo nunca más, la vida me llevó a Huamanga días antes de aquél 26 de enero y cuando la ciudad se preparaba para recordar una vez más sus memorias.
Conocí a una parte de los amigos, aquellos que conocieron y algunos otros que con silencioso orgullo se ponían en sus lugares como 19 años antes, había pasado en el Hotel Santa Rosa de Huamanga. Aquella noche conocí y escuché nuevas versiones, con sentido entusiasmo y admiración me despedí de ellos deseándoles lo mejor para que retornaran por la Ruta de la Paz.
Horas más tarde, éramos conducidos por la lluviosa y mojada vía hacia San Miguel donde se haría el primer reconocimiento, recibí de las manos de alguna bondadosa mujer un collar hecho de frutas y semillas que me colgaba al cuello sin conocerme, sólo por saber que era periodista. Creo que en silencio y con sus ojos me decía que era un homenaje a ellos. Recuperada de la sorpresa, hinché el pecho y salí de aquella ciudad.
Al llegar a Uchuraccay, no quise perder ningún detalle del paisaje, de todo aquello que rodeaba y guardaba en sus entrañas. Una cruz grande en una parte del antiguo pueblo de Uchuraccay nos daba la bienvenida, estaba hecha de cemento e intuí que deseaba hermanar a los que estaban tanto a la derecha como a la izquierda.
Caminé un poco más hacia en centro y entonces observé que allí estaban abiertas lo que habían sido las tumbas de los periodistas que allí habían caído en manos de la comunidad. No fue curiosidad, era algo diferente, deseaba que mis ojos pudieran mirar algo más que otros tantos seguramente como yo también habían buscado entre los pastos, entre la tierra y piedras que allí se ven. Escudriñar la verdad a estos mudos testigos de los hechos, si algo pudieran decir, si pudiera encontrar una huella más que aclarara la gran incógnita de lo allí sucedido. Hechos ciertos que dejen satisfechos a todos aquellos que perdieron a sus seres queridos y a quienes como yo nos hemos identificado con su dolor.
Las lágrimas ruedan por las mejillas cada vez que el calendario marca este día y no encuentro aún una lúcida explicación para ello, siempre me queda la pregunta, porqué será, que me siento así?...